El actor no es como un dios, sino como
un contra-dios. Dios y el actor se oponen por su lectura del tiempo. Lo
que los hombres captan como pasado o futuro, el dios lo vive en su eterno
presente. El dios es Cronos: el presente divino es el círculo entero,
mientras que el pasado y el futuro son dimensiones relativas a tal o cual
segmento que deja el resto fuera de él. Al contrario, el presente
del actor es el más estrecho, el más apretado, el más
instantáneo, el más puntual, punto sobre una línea
recta que no deja de dividir la línea, y de dividirse él
mismo en pasado-futuro. El actor es el Aión: en lugar de lo más
profundo, del presente más pleno, presente que es como una mancha
de aceite y que comprende el futuro y el pasado, surge aquí un
pasado-futuro ilimitado que se refleja en un presente vacío que
no tiene más espesor que el espejo. El actor representa, pero lo
que representa es siempre todavía futuro y ya pasado, mientras
que su representación es impasible, y se divide, se desdobla sin
romperse, sin actuar ni padecer. Hay, en este sentido, una paradoja del
comediante: permanece en el instante, para interpretar algo que siempre
se adelanta y se atrasa, se espera y se recuerda. Lo que interpreta nunca
es un personaje: es un tema (el tema complejo o el sentido) constituido
por los componentes del acontecimiento, singularidades comunicativas efectivamente
liberadas de los límites de los individuos y de las personas. El
actor tensa toda su personalidad en un instante siempre aún más
divisible, para abrirse a un papel impersonal y preindividual. Siempre
está en la situación de interpretar un papel que interpreta
otros papeles. El papel está en la misma relación con el
actor como el futuro y el pasado con el presente instantáneo que
les corresponde sobre la línea del Aión. El actor efectúa
pues el acontecimiento, pero de un modo completamente diferente a como
se efectúa el acontecimiento en la profundidad de las cosas. O.
más bien, dobla esta efectuación cósmica, física,
con otra, a su modo, singularmente superficial, tanto más neta,
cortante y por ello pura, cuanto que viene a delimitar la primera, destaca
de ella una línea abstracta y no conserva del acontecimiento sino
el contorno o el esplendor: convertirse en el comediante de sus propios
acontecimientos, contra-efectuación.
Gilles Deleuze