Amar es la peor forma de acercarse a uno mismo (dices), pero a veces... o casi siempre, es el último recurso cuando ya se ha perdido toda la capacidad de asombro que el mundo prometía como inagotable. Más vale regresar a la infancia para constatar que el camino se ha perdido. Tocar el piano mientras se agoniza es un buen pasatiempo, Thelonious Monk estará ahí para aplaudirte. Todos pueden aplaudir, te dices, mientras ves enardecida a la gente que sale a las calles para sembrar de sol a sol una soledad que nunca se acercó ni tantito al cogito cartesiano. Nunca se nos ocurrió pensar si de verdad existimos. No hubo ἐποχή. De cualquier forma el método husserliano es poco orgánico (y muy aburrido), ninguna suspensión de la realidad ( realidad ) rebasará la insular condición de nuestro soliloquio. Siempre la consciencia es falsa consciencia. Sin embargo los archipiélagos emergen, las miradas se cruzan, impermeables, eso sí, entre los andenes y los pasillos suburbanos donde las hazañas comienzan con encuentros irrepetibles, con la poesía embrutecida de tristeza, tristeza que ambiciona ser poesía, y en el peor de los casos, con poetas que creen que solo acceden a la poesía por medio de la tristeza. Pese a todo, y muy a penas, este malentendido es una bendición. Incluso cuando se habla del silencio, de la lluvia y de rostros groseros (habría que incluir una caja de resonancia en esta descripción).
Maybe things will be better in Chicago dice Tom Waits, y tú piensas lo mismo, pero sabes que no será así. Sabes que pudo ser así, pero ya no. Ahora no tiene caso pensarlo, y te repites esto solo por salvar las pocas lágrimas que te quedan para una situación menos banal. Mides la respiración lo mismo que el dinero, y con cierta razón te haces del tiempo de los otros para medir el tuyo. Yo no podría estar más de acuerdo en tu autoflagelación. Finalmente es tu dolor, solo no concibo que sea en nombre de un amor que nunca has experimentado, porque el amor no tiene que ver con uno, ni con otro, es tan impersonal que ni siquiera vale la pena mencionarlo. Basta con recorrer los barrios más pobres para darse cuenta de que la alegría brota de otro lado, de un ritmo ancestral, y de una lujuria que nos supera: las percusiones, los metales, las voces y la vorágine genital de todas las plantas alucinógenas mezcladas. Ahora, si nada de esto puede convencernos, podemos regocijarnos en la sobriedad analítica de la lógica, o como dice Baudelaire: Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento.
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