Corazón, a Allen Ginsberg
"Un abismo llama a otro abismo a la voz de tus cascadas; todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí." (Salmos 42:7)
Sacrificaré estas palabras en el silencio que nos cobija después de cada comida con las mentes más brillantes, hermosas, nauseabundas, revolucionarias y medianamente hegelianas para volver al amanecer sin la infinita paciencia de un perro persiguiendo su cola, simplemente porque esto no significa nada. ¿Qué sentiremos en cien años detrás de nuestras almohadas con el odio consumido en esta breve distancia de dos califatos? ¿Qué sangre, qué semen derramaremos?
Siete cabezas menos esperan un corazón con la boca abierta como los ojos de un niño que tiene la esperanza de drogarse igual que su padre, que es un reflejo perdido en el desierto de los peyotes, donde los canadienses se meten en el culo piedras preciosas para saborear el capitalismo que los gringos les han heredado, quienes son tan terribles como nosotros cuando volvemos nuestro rostro a la luna buscando reducir el espacio entre dos almas, entre dos cuerpos, entre el tuyo y el mío.
Pero hay jazz y Escalante toca enloquecido, casi quemándose, y esta ciudad sin agua y con muchos políticos se desmorona con los sueños de una nación muchas veces conquistada por el sueño de otros que no conocen ni la tierra ni las nubes ni el amor. Por eso Moloch viene por mi y por ti, cómplices contingentes de la memoria que nos invoca, no hacemos otra cosa que santificar el perdón cada segundo al rededor de los callejones, flotando con sustancias de índole metafísica, celebrando a los jodidos burócratas y a los filósofos, que nunca pensaron en otra vida- lejos de las instituciones- en otra muerte.
Ellos, quienes se intoxican con nosotros, conocen la indecencia de escupirle a Dios esperando una mujer a cambio, deduciendo el milagro, masticando una bola de construcción: el migajón, del veneno al aguijón, entre risas las piernas dulcemente abiertas con el ano expuesto al sol, donde pongo mi ojo para ver lo que nombramos anterior [todos estamos lo suficientemente olvidados, ninguna droga nos hará recordar].
Ninguna cifra tan grande como el googolplex y ninguna interpretación cabalística nos hará el favor de conjugar adecuadamente los diez sefirots, pues he visto rinocerontes, ornitorrincos y vacas con manos sobre su imaginación cuando se llenan de rencor para salvarse de las profundidades del mercado y, en medio de tantos productos, he visto la mirada de los otros que hacen de los ojos estrellas fugaces siempre que beben Dr. Pepper o clorofila (Ab Apostolis approbat) en contribución al Estado/Iglesia que rige nuestras mentes. Y nosotros, aún estacionados en la singular y alegre copulación criminal de todos los ideales sembrados desde la infancia extraterrestre, vemos naufragar el mundo a gritos en el océano cosmológico de la televisión.
Siete cabezas menos esperan un corazón con la boca abierta como los ojos de un niño que tiene la esperanza de drogarse igual que su padre, que es un reflejo perdido en el desierto de los peyotes, donde los canadienses se meten en el culo piedras preciosas para saborear el capitalismo que los gringos les han heredado, quienes son tan terribles como nosotros cuando volvemos nuestro rostro a la luna buscando reducir el espacio entre dos almas, entre dos cuerpos, entre el tuyo y el mío.
Pero hay jazz y Escalante toca enloquecido, casi quemándose, y esta ciudad sin agua y con muchos políticos se desmorona con los sueños de una nación muchas veces conquistada por el sueño de otros que no conocen ni la tierra ni las nubes ni el amor. Por eso Moloch viene por mi y por ti, cómplices contingentes de la memoria que nos invoca, no hacemos otra cosa que santificar el perdón cada segundo al rededor de los callejones, flotando con sustancias de índole metafísica, celebrando a los jodidos burócratas y a los filósofos, que nunca pensaron en otra vida- lejos de las instituciones- en otra muerte.
Ellos, quienes se intoxican con nosotros, conocen la indecencia de escupirle a Dios esperando una mujer a cambio, deduciendo el milagro, masticando una bola de construcción: el migajón, del veneno al aguijón, entre risas las piernas dulcemente abiertas con el ano expuesto al sol, donde pongo mi ojo para ver lo que nombramos anterior [todos estamos lo suficientemente olvidados, ninguna droga nos hará recordar].
Ninguna cifra tan grande como el googolplex y ninguna interpretación cabalística nos hará el favor de conjugar adecuadamente los diez sefirots, pues he visto rinocerontes, ornitorrincos y vacas con manos sobre su imaginación cuando se llenan de rencor para salvarse de las profundidades del mercado y, en medio de tantos productos, he visto la mirada de los otros que hacen de los ojos estrellas fugaces siempre que beben Dr. Pepper o clorofila (Ab Apostolis approbat) en contribución al Estado/Iglesia que rige nuestras mentes. Y nosotros, aún estacionados en la singular y alegre copulación criminal de todos los ideales sembrados desde la infancia extraterrestre, vemos naufragar el mundo a gritos en el océano cosmológico de la televisión.
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