miércoles, 22 de febrero de 2012

Carta sin Historia






Amantium irae amoris integratio est



Lo cierto es que nunca te deseé ningún mal, pero para ser justos dificilmente te podía pensar bien. Todavía te desconozco en los pasillos como algo sospechoso ... Si te resultan confunsas estas líneas, es porque, obviamente, nunca he tenido la posibilidad de descifrar lo que quiero decir antes de escribir. Tenía que escribirte para descubrir en el acto lo que había que decir. Entonces, te desconozco: Desconozco eso que fuí, y que aún me pregunto si soy, mientras estuve en eso que pensamos que también eras tú. Como sea, sé hoy que no me gustó. Trato de convencerme de que nunca nos encontramos, que de entrada mis premisas estaban mal planteadas  (todavía me dedico a deducir de enunciados ontológicos mi forma de vida) y he llegado a esta conclusión: Yo nunca tuve nada para dar. Ni tengo nada, ni tendré.  Todo lo que me queda es la sinceridad de este vacío en donde no cabes tú, ni nadie. Es un placer por supuesto saber esto. Nada oscuro hay en ello, todo es tan claro. Las pretensiones, todas, de cualquier tipo, se mostraron como lo que eran, lo que son, respecto a la realidad que en general construímos: castillos en el aire. 
¿Por qué no ser uno con el aire simplemente? Se acabaron las buenas intenciones... y las malas también, afortunadamente.