Me contaste con una sonrisa en la noche cómo te ponías los zapatos de niña. Cómo llorabas mientras afinabas tu oído, y cómo, finalmente, te volviste tan verde con los árboles de la pradera, tan etérea como una aurora boreal y tan definitiva como un temblor en el corazón. Todo esto también lo experimenté yo, al grado de que lo cursi necesariamente tuvo que dejar de serlo para decirte al menos que recorrí el mundo en tus labios, y por qué no, patalear como niño pequeño, negándose a la idea de terminar un juego. Para ser sinceros, la oscuridad de tus ojos anuncia insistente un amanecer en mis sueños similiar al de tus viajes por todas partes, corriendo entre conejos, perros, gatos y vacas. Es imposible no vivirte... e inevitable no disfrutarte gritando (tu cuerpo grita todo el tiempo).
PD: Y bueno, de alguna manera sabía que te gustaba Van Gogh, sobre todo la "Noche estrellada".
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