En el transcurso de la mañana, mientras esperaba en una de esas esquinas perdidas en el desierto, un camello aprovechó mi distracción y robó la última cantimplora que quedaba. El camello sonreía a mis espaladas, y dejaba tras de sí una confusa nube de arena que no tardó en convertirse en tormenta. Cuando me di cuenta ya estaba muy lejos, cuando me di cuenta, ya no estaba soñando aquello, no estaba en medio del desierto, o en una esquina como había imaginado, sino en una isla del océano índico con una población promedio de cinco mil habitantes. Tengo la impresión de haber llegado hasta ahí gracias a una ballena que me transportó en su interior, igual que a Jonás, solo que yo no tuve que rezar para ser liberado de aquel arquetípico cautiverio. Estoy casi seguro que allá adentro... me dediqué a soñar camellos.
“Lo que ellos dicen o nada” de Annie Ernaux
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El otro día surgió, durante un café, ese clásico de "tus cinco relatos
favoritos". La lista, en ese momento, fue: 'El cisne' de Rezzori, 'Silvia'
de Cor...
Hace 5 meses
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